Feminismo Glitch de Legacy Russell: Introducción

Valeria Mussio
15 min readFeb 20, 2021

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BUENO, POR QUÉ TRADUCIR ESTE LIBRO

(lol, perdón por el texto sentimentalísimo que se viene de presentación)

A mediados del 2020 me encontré con el libro Glitch Feminism de casualidad, en un tuit. Mi relación con el feminismo venía siendo bastante conflictiva, partiendo de que nunca me sentí en una “hermandad”, sino, muchas veces, en un campo de batalla al que me habían lanzado sin ningún arma, y donde no podía cumplir muchas de las exigencias que eran condición para habitarlo. Me sentía una mareja de contradicciones en un espacio que me exigía ser siempre blanco o negro, convencida de que el feminismo era vital para generar un espacio seguro y más justo en el mundo, pero a su vez, sintiendo que no podía cumplir con ningún estándar de la buena feminista. Me fui alejando, y mientras me alejaba, empecé a habitar lugares nuevos donde sí podía emanciparme de alguna forma de lo que me oprimía, sin sentir una mirada penetrante en la espalda que me señalaba cada fallo: esos lugares fueron, principalmente, el internet y el arte.

Pero no sentía que por eso tenía que abandonar el feminismo, en absoluto. Quería encontrar el espacio, si era necesario quería forzar mi espacio. Me convencía de que estaba haciendo feminismo en tanto intentaba existir como “mujer” de la manera menos violenta posible con el mundo a mi alrededor, pero necesitaba un marco contenedor para eso. Navegando por el internet me había topado con The Cyberfeminist Manifesto y me había devorado los libros de Helen Hester sobre Xenofeminismo. Me encantaban los cruces entre feminismo y tecnología, así como me encantaban los encuentros de poesía, arte y tecnología. Sentía que estaba cerca de ese lugar que me iba a permitir entrar al feminismo por algún lado, pero me estaba faltando algo que me interpele todavía más en mi subjetividad.

Y en ese momento fue que vi la portada de Glitch Feminism en un tuit, lo busqué, y empecé a leer los tumblrs que Legacy Russell había hecho a modo de manifiesto antes de escribir el libro. Ahí me reencontré con la idea de que el cuerpo es un territorio que no necesariamente funciona de hogar, un espacio que podemos modificar y volver ilegible para el otrx, que un cuerpo puede ser un error y en ese error hay potencia para desarmar el tejido de la norma. Y que el espacio donde ese cuerpo podía ser desarmado y donde unx podía realizarse a sí mismo en el proceso de transformación, era el espacio digital, el internet.

Y por primera vez pude nombrarme como lo que siempre me sentí, un error en un cuerpo que no sé habitar. Y que eso no era algo malo, sino lo contrario, había un poder en eso. Pude entender que no era obligación para mí habitarlo tal cual estaba, y que la razón por la que estando en internet, hablando y creando con gente que me encontraba por las distintas redes que transitaba, me sentía tan feliz y me olvidaba por un rato de la ansiedad que me producía el mundo y de la depresión que me golpeaba por oleadas sistemáticas, era porque solo online podía ser enteramente yo misma.

Me obsesioné mirando todos los videos y leyendo todas las notas sobre Glitch Feminism que pude encontrar, hasta que unx amigx encontró el libro en internet y lo socializó. Lo leí muy rápido y me atacaron unas ganas desesperadas de compartirlo con gente, cada vez más gente. Y muchxs de mis amigxs no saben inglés, así que por eso, en este afán de quizá poder facilitarle a alguien más que experimente lo que me pasó a mí, la sensación tan bonita de encontrar un lugar en donde tantas veces sentirte rechazadx, y a partir de ahí poder explorar hacia dentro de vos mismx, es que empecé a traducirlo.

Mi idea es que el proceso de traducción sea colectivo. Me encanta traducir cosas, principalmente poemas, como una forma de crear literatura nueva, pero en este caso no solo quiero disfrutar de ese proceso sino lograr un parentesco con otrxs a lxs que el libro también les interpele y lo quieran hacer llegar. Trabajo en un pad de Rise Up que socializo a quien me diga que tiene ganas de colaborar, porque además, yo me tomo mi tiempo, avanzo lento, trato de no explotarme en esto que estoy haciendo por amor y placer.

En fin, hasta acá el por qué. Voy directamente a la traducción de la Introducción del libro que ya es súper entusiasmante y de a poquito, ojalá pronto y de forma colectiva, van a ir saliendo cada una de las doce secciones del libro. Espero que les guste tanto como a mí ❤

que se vaya a la mierda

toda la puta mierda

Etheridge Knight, “Feeling Fucked Up”, 1986

Mark Aguhar, These are the axes

INTRODUCCIÓN

De pre-adolescente me conecté como LuvPunk12 y pasé los siguientes años vagando en las autopistas de la maquinaria espectral, ocupando salas de chat y construyendo fantasías con gifs de GeoCities. Creciendo en Saint Mark’s Place en el medio de East Village, aprendí a construir y performar mi ser-genérico gracias a lxs chicxs punks que conocí en las escalinatas de mi casa, desde drag queens que se subían al escenario en Singy Lulu’s y dominaron cada año Wigstock Tompkins Square Park, hasta de la cultura Boricua, todo lo que era, en esa época, parte de la base del East Village y el Bajo Lado Este.

LuvPunk12 se convirtió en el amalgama simbólico de toda esta corriente. Elegí ese nombre cuando vi LUV PUNK! en un sticker de una manzana de caramelo con forma de corazón en una cabina de teléfono, afuera de mi edificio. Tenía doce años. Lo saqué y lo puse en mi carpeta, usándolo como una insignia de orgullo. Se convirtió en un recuerdo enraizado del hogar mientras transicionaba dentro y fuera de espacios más allá de East Village, que con frecuencia se sentían alienantes para mí.

LuvPunk12 como el picaporte de una sala de chat fue el nacimiento de una performance, una exploración de un ser-futuro. Yo era un cuerpo joven: Negrx, percibida mujer, femenina, queer. No había pausas, no había indulto; el mundo a mi alrededor nunca me dejó olvidar esas etiquetas. Pero online podía ser quien yo quisiera ser. Y así mis doce años se volvieron dieciséis, se volvieron veinte, se volvieron setenta. Envejecí. Morí. A través de la narración y del cambio de forma, resucité. Reclamé mi rango. Online encontré el pavoneo genérico de la ascendencia, el drag sediento de la aspiración. Mi “feminidad” se transformó, empecé a explorar “hombre”, a expandir “mujer”. Jugué con dinámicas de poder, intercambiando con extrañxs sin cara, empoderadx a través de la creación de seres nuevxs, deslizándome dentro y fuera de pieles digitales, celebrando en los nuevos rituales del cyber-sexo. En salas de chat me vestí con diferentes corpo-realidades mientras la rueda arcoiris de la muerte se amortiguaba en la estática y divagante jam de la conexión dial-up de AOL.

Esos dulces tonos del dial-up eran pavlovianos: me hacían salivar por la anticipación de las palabras que descansaban detrás de las campanas. Era una nativa digital empujando a través de esos paisajes cibernéticos con una conciencia incipiente, un poder ejercido tímidamente. No era lo suficientemente privilegiada como para ser un cyborg por completo, pero estaba llegando a eso, seguramente a mi manera.

Y no estaba sola.

Away from the keyboard (lejos del teclado — AFK), inmersx en una East Village que se gentrificaba rápidamente, caras, pieles, identidades como la mía y de las comunidades mixtas en las que surgí desaparecían lentamente. Me estaba transformando en unx extrañx en mi propio territorio, una reminiscencia de un capítulo pasado de Nueva York. Familias creativas de color como la mía que habían construido el vibrante paisaje del centro de Nueva York estaban siendo expulsadas por los precios del barrio. De repente lxs que vivían al lado eran cada vez más blancxs, ascendentemente móviles, y visiblemente incómodos por mi presencia o la de mi familia. La “vieja guardia” se enfrentaba a una generación de niñxs con fideicomiso. Lxs recién llegadxs estaban intrigadxs por la mitología de la East Village como bastión cultural, y, sin embargo, mostraron poco interés en invertir en la pelea necesaria para proteger su legado.

Más allá de mi puerta, mi feminidad queer se encontró a sí misma, también, en un pasaje vulnerable entre los canales de la heteronormatividad de la escuela secundaria. Mi cuerpo pre-púber estaba exhausto de las costumbres sociales, cansado de que le digan que ocupe menos espacio, de ser visto pero no escuchado, borrado sistemáticamente, quitado con edición, ignorado. Lo único que quería hacer era moverme. Pero en la luz del día me sentía atrapadx, siempre desplazándome con dificultad bajo el peso de la incesante observación blanca y heteronormativa.

Bajo este tipo de vigilancia, la inocencia real y el juego de la niñez se tornan, de pronto, inviables. En vez de eso, busqué oportunidades para sumergirme en la potencia del rechazo. Comencé a poner resistencia contra la violencia de esta visibilidad no consentida, a tomar el control de los ojos que se posaban sobre mí y de cómo interpretaban mi cuerpo. Era claro para mí, mientras me paraba en una intersección volátil, que el binarismo era un tipo de ficción. Incluso para un cuerpo joven, Negro y queer, una doble-conciencia DuBoisiana se astillaba más allá, la “doble” se conviertía en “triple” conciencia amplificada y expandida por el “tercer ojo” del género.

Mirando a través de estos velos de raza y género pero nunca siendo yo completamente vistx, con puntos de referencia limitados acerca del mundo que estaba más allá, estaba distanciadx de cualquier espejo preciso. Para mi cuerpo, entonces, la subversión vino a través del remix digital, buscando lugares de experimentación donde pudiera explorar mi verdadero yo, abiertx y listx para ser leídx por aquellxs que hablaran mi idioma. Online, busqué convertirme en unx fugitivx del mainstream, reacix a aceptar su limitada definición de los cuerpos como el mío. Lo que el mundo AFK ofrecía no era suficiente. Quería -demandaba- mucho más.

La construcción binaria del género es, y siempre ha sido, precaria. Agresivamente contingente, es una invención inmaterial que en su viralidad tóxica ha infectado nuestras narrativas sociales y culturales. Para existir dentro de un sistema binario unx debe asumir que nuestros seres son imposibles de cambiar, que la forma en la que somos leídxs en este mundo debe ser algo que elijan lxs demás, y no algo que podamos definir -y elegir-nosotrxs mismxs. Estar en la intersección de la percepción-femenina, queer y Negra es encontrarse a unx mismx en un vértice integral. Cada uno de esos componentes es una tecnología clave en sí y para sí mismo. Juntos y por separado, “femenino”, “queer”, “Negra” como una estrategia de supervivencia demanda la creación de maquinarias individuales que innoven, construyan, resistan. Con la movilidad física generalmente restringida, las personas que se identifican como femeninas, las personas queer, las personas Negras, inventan maneras para crear un espacio a partir de la ruptura. Ahí, en esa disrupción, con nuestra congregación colectiva en ese camino que constantemente te hace tropezar, y en esa encrucijada llena de cables que son el género, la raza y la sexualidad, unx encuentra el poder del glitch.

Un glitch es un error, una equivocación, una falla en el funcionamiento. Dentro de la tecnocultura, un glitch es parte de la ansiedad maquínica, un indicador de que algo salió mal. Esta tecnología incorporada de la ansiedad, para alertar que algo salió mal, se desborda naturalmente cuando encontramos glitches en escenarios AFK: el motor de un auto que deja de funcionar; quedarse atrapadxs en el ascensor; un apagón en toda la ciudad.

Sin embargo, estos son micro-ejemplos en una trama mucho más amplia de las cosas. Si nos alejamos un poco, considerando los sistemas mucho más grandes y complicados que han sido usados para dar forma a la máquina de la sociedad y la cultura, el género es inmediatamente identificable como un engranaje central dentro de esta rueda. El género ha sido utilizado como un arma contra su propia gente. La idea del “cuerpo” trae consigo este arma: el género circunscribe al cuerpo, lo “protege” para evitar que pierda sus límites, que reclame su vasta infinidad, que se dé cuenta de su verdadero potencial.

Usamos el cuerpo para dar forma material a una idea que no tiene forma, un ensamblaje que es abstracto. El concepto de cuerpo es hogar de discursos sociales, políticos y culturales, que cambian dependiendo de dónde está situado el cuerpo y cómo es leído. Cuando le ponemos género a un cuerpo estamos asumiendo cuál es su función, su condición sociopolítica, su fijación. Cuando el cuerpo es determinado como un individuo masculino o femenino, performa un género como si tuviera un sistema de puntaje, guiado por una serie de reglas y requerimientos que validan y verifican la humanidad de ese individuo. Un cuerpo que resiste la aplicación de pronombres, o que se mantiene indescifrable dentro de la asignación binaria es un cuerpo que rechaza alcanzar un puntaje. Esta no-performance es un glitch. El glitch es una forma de rechazo.

Dentro del feminismo glitch, el glitch es celebrado como un vehículo de rechazo, una estrategia de no-performance. El glitch apunta a hacer abstracto de nuevo aquello que ha sido forzado dentro de un material incómodo y mal definido: el cuerpo. En el feminismo glitch, tomamos la noción de glitch-como-error desde su génesis en el reino de lo máquinico y lo digital, y nos preguntamos cómo puede ser re-aplicado para comunicar la manera en la que vemos el mundo AFK, dándole forma a nuestra posible participación en él para crear agenciamientos por y para nosotrxs. Utilizando el internet como material creativo, el feminismo glitch mira primero a través de los ojos de artistas que, en su trabajo e investigación, ofrecen soluciones para este problemático material que es el cuerpo. El proceso para convertirse en tensiones de superficies materiales, impulsándonos a preguntar: ¿Quién define el material del cuerpo? ¿Quién le da valor — y ¿por qué?

Estas preguntas son difíciles e incómodas, requieren que nos enfrentemos al cuerpo como un marco estratégico que generalmente se utiliza para fines particulares. Sin embargo, en esta misma línea de cuestionamiento, el feminismo glitch se mantiene como una mediación del deseo por todos esos cuerpos como el mío que continúan alcanzando la mayoría de edad de noche, en el Internet. El glitch reconoce que los cuerpos-con-género están muy lejos de un absoluto y son más bien un imaginario, manufacturado y vuelto bien de consumo por el capital. El glitch es una oración activista, un llamado a la acción, mientras trabajamos por un fracaso fantástico, liberándonos del entendimiento del género como algo estacionario.

Mientras continuamos navegando hacia un concepto más vasto y abstracto del género, debe ser dicho que, paradójicamente, por momentos realmente se siente como si todo lo que tuviéramos fueran estos cuerpos en los que estamos enclosetados y en los que se nos asigna un género, entre otras cosas. Bajo el sol del capitalismo, son pocas las cosas que verdaderamente poseemos [más allá de nuestro cuerpo], e incluso así, muchas veces somos sujetos de complicadas coreografías dictadas por los intrincados, burocráticos y rizomáticos sistemas de las instituciones. La brutalidad de este estado precario es particularamente evidente a través de la expectativa constante de que nosotres como cuerpos reafirmemos una performance de género que encaje dentro del binarismo, en pos de cumplir con las prescripciones del día a día. Como escribe el politólogo y antropólogo James C. Scott, “La legibilidad se transforma en una condición para la manipulación.”[1] Estas agresiones, marcadas como neutrales en su banalidad, son, de hecho, violentas. Cotidianos en su naturaleza, nos encontramos a nosotrxs mismxs defendiéndonos de los avances del género binario, mientras se cuela a través de las cosas básicas de la vida moderna: al abrir una cuenta de banco, al tramitar un pasaporte, cuando tenemos que ir al baño.

Entonces, ¿qué quiere decir desmantelar el género? Semejante programa es un proyecto de desarme; demanda el final de nuestra relación con la práctica social del cuerpo tal como la conocemos. En su novela de 1956, Giovannis’s Room, el protagonista del escritor y activista James Baldwin, David, musita oscuramente: “No importa, es solo el cuerpo, [y] se va a terminar pronto.” A través de la aplicación del glitch, ghosteamos a nuestro cuerpo asignado con un género y nos aceleramos hacia su final. Las infinitas posibilidades que se presentan como consecuencia de esto nos permiten explorarnos: podemos des-identificar y a través de la des-identificación, podemos crear nuestras propias reglas en la lucha contra el problema del cuerpo.

El feminismo glitch nos pide que observemos la sociedad profundamente deficiente en la que actualmente participamos y estamos implicadxs, una sociedad que demanda incesantemente que tomemos decisiones basadas en un género binario conceptual que nos limita como individuxs. El feminismo glitch nos urge a considerar lo que está en el medio como un componente central de supervivencia -ni masculino ni femenino, ni hombre ni mujer, más bien un espectro a través del que podemos empoderarnos para elegir y definirnos a nosotrxs mismxs por nosotrxs mismxs. Así, el glitch crea una fisura dentro de la que nuevas posibilidad de ser y transformarse se manifiestan. Esta falla del funcionamiento en los confines de una sociedad que nos falla es un rechazo necesario y señalado. El feminismo glitch disiente, resiste contra el capitalismo.

Como feministas glitch, esta es nuestra política: rechazamos ser talladxs de acuerdo a la línea hegemónica del cuerpo binario. Este fracaso calculado impulsa a la violenta maquinaria socio-cultural a hipar, suspirar, disparar, amortiguar. Queremos un nuevo contexto y, para este contexto, queremos una nueva piel. El mundo digital provee un espacio potencial donde esto puede funcionar. A través de lo digital construimos nuevos mundos y nos atrevemos a modificar el nuestro. A través de lo digital, el cuerpo que “glitchea” encuentra su génesis. Aceptar el glitch es entonces una acción participativa que desafía el status quo. Crea un hogar para aquellxs que atraviesan los complejos canales de la diáspora de género. El glitch es para aquellxs seres que se sumergieron felizmente en lo-del-medio, aquellxs que migraron lejos de su lugar asignado como origen de género. La continua presencia del glitch genera un espacio abierto y protegido en el que innovar y experimentar. El feminismo glitch demanda una ocupación de lo digital como medio para construir un mundo nuevo. Nos permite aprovechar la oportunidad para generar nuevas ideas y recursos para la (r)evolución en curso de los cuerpos, que inevitablemente puede moverse y transformarse mucho más rápido que las costumbres AFK o las sociedad que las producen y bajo las que estamos obligadxs a operar offline.

Con el temprano avatar de LuvPunk12, me encapuché con la piel de lo digital, haciendo política a través de mi joven juego con el género, viajando sin pasaporte, ocupando espacio, amplificando mi negrura queer. Esta experiencia de motín maquínico fue fundacional para mí, y me dio el coraje para dejar ir la ambivalencia que viene con el miedo a convencerme de ideas fósiles, inherente a los disturbios de la adolescencia. Encontré familia y fe en el futuro con estas intervenciones, dándole forma a mis visiones de un ser que podría realmente empoderarse al definirse a sí mismx, un porvenir que el decoro social regularmente desaconseja para un cuerpo negro y queer.

La escritora feminista y activista Simone de Beauvoir es famosa por afirmar “No se nace mujer: se llega a serlo.” El glitch plantea: no se nace cuerpo, se llega a serlo. A través del artificio de una Shangri-La simple y digital -un mundo online en el que podamos, finalmente, ser liberadxs de las costumbres del género, así como lo soñaron las primeras cyberfeministas- ahora perforada, el Internet sigue siendo una embarcación a través de la que algo que se está transformando puede realizarse a sí mismx. El glitch es un pasaje a través del que el cuerpo se desplaza hacia su liberación, una rasgadura en el tejido de lo digital.

Este libro es para aquellos que estén en camino a convertirse en sus avatares, aquellxs que continúan jugando, experimentando y construyendo a través del internet como medio para fortalecer el loop entre lo online y lo AFK. Este libro va a nombrar y celebrar artistas que hacen que la crítica del cuerpo sea central en sus prácticas, y comparten la dura pelea por espacios creados en este viaje en búsqueda de refugio, seguridad y porvenir. Para citar al poeta, crítico y teórico Fred Moten, “Lo normativo es el efecto secundario, es una respuesta a lo irregular.”

Como feministas glitch, inyectamos nuestras irregularidades dentro de los sistemas como errata, activando una arquitectura nueva a través de estos malfuncionamientos, buscando y celebrando los deslices del género en nuestro raro y salvaje deambular. Con este propósito en mente, este libro está estructurado en doce secciones, y cada una de ellas intenta proponer un efecto secundario alternativo, permitiendo que nos acompañemos a través de los lentes de prácticas y políticas nuevas, para descubrir nuevas formas en las que la vida no solo imita, sino que comienza con el arte. Cada una de las doce secciones comienza con una declaración, una pared blanca contra la que arrojar al feminismo glitch en su desliz, en su costado y en su manifiesto. Este texto va a aplicar el concepto del glitch en una investigación, y celebración, de artistas y de su trabajo, que nos ayuden a imaginar nuevas posibilidades acerca de qué es lo que puede hacer un cuerpo, y cómo esto puede funcionar contra la norma. Comenzando online, viajaremos a través del loop online-AFK, viendo cómo el feminismo glitch puede ser usado en todo el mundo, inspiradxs por practicantes que, en su rebelión contra el cuerpo binario, nos guían a través de mundos desobedientes, hacia nuevos contextos y nuevas visiones de futuros fantásticos.

[1] Jame C. Scott, Seeing Like a State: How Certain Schemes to Improve the Human Condition Have failed, New Haven, CT: Yale University Press, 1999, p.183

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